Ensayo sobre la Ceguera [de José Saramago]

Ensayo sobre la ceguera

José Saramago

Se iluminó el disco amarillo. De los coches que se acercaban, dos aceleraron antes de que se encendiera la señal roja. En el indicador del paso de peatones apareció la silueta del hombre verde. La gente empezó a cruzar la calle pisando las franjas blancas pintadas en la capa negra de asfalto, nada hay que se parezca menos a la cebra, pero así llaman a este paso. Los conductores, impacientes, con el pie en el pedal del embrague, mantenían los coches en tensión, avanzando, retrocediendo, como caballos nerviosos que vieran la fusta alzada en el aire. Habían terminado ya de pasar los peatones, pero la luz verde que daba paso libre a los automóviles tardó aún unos segundos en alumbrarse. Hay quien sostiene que esta tardanza, aparentemente insignificante, multiplicada por los miles de semáforos existentes en la ciudad y por los cambios sucesivos de los tres colores de cada uno, es una de las causas de los atascos de circulación o embotellamientos, si queremos utilizar la expresión común.
Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una avería en el sistema hidráulico, un bloque de frenos, un fallo en el circuito eléctrico, a no ser que, simplemente se haya quedado sin gasolina, no sería la primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores han saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar el automóvil averiado hacia donde no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no, dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una puerta. Estoy ciego.
Nadie lo diría. A primera vista los ojos del hombre parecen sanos […]

Cuentas de África / 2 [de Juan Romero]

Cuentas de África
(DOS)

Juan Romero

A mi fiel memoria.

La playa

Desde Alhucemas se tenía acceso a la playa por carretera y por unos arenales, por los que bajábamos los niños y adolescentes del pueblo corriendo y echándonos carreras.
La playa era una pequeña cala de arena dorada con roca a ambos lados. Las aguas eran transparentes y permitían vislumbrarse dos misteriosas barcazas hundidas procedentes de la guerra y que ahora servían de refugio para multitud de peces y otros animales como morenas y pulpos.

El lobo marino

Para sorpresa general, un verano apareció inesperadamente en la playa un lobo marino, propio de un hábitat muy diferente. Con una morfología entre la foca y la morsa, cayó muy bien… ¡desde la distancia! Aquel verano, desde su aparición, las habituales travesías a nado desde la playa al puerto estuvieron mucho menos concurridas que otros veranos.
Cuando ya le habíamos tomado cariño, el lobo marino desapareció como vino, inesperadamente. Y nunca más supimos de aquel “invitado” inesperado que, por un tiempo, animó la playa… ¡a distancia!

Las comunicaciones con España

Las comunicaciones con la península – a la que siempre llamábamos España, independientemente del punto al que nos refiriésemos: fuese Almería, Málaga, Madrid…- se mantenían por medio de un barco de pequeño tonelaje, cuya navegación era Ceuta-Alhucemas-Melilla-Almería y a la inversa. Tardaba como una semana en hacer el viaje. Había otro barco de mayor tonelaje y más rápido, que unía Melilla-Málaga.
En Alhucemas oíamos Radio Nacional de España en Málaga, en especial, lo que llamábamos “el parte”; y Radio Juventud de Almería, que ponía en las ondas el programa de discos dedicados tan en boga por aquellos años.
A diario, el periódico que leíamos era “El Telegrama del Rif”, editado en Melilla y que tenía la ventaja de llegar en el día, puesto que la prensa de Madrid tardaba tres o cuatro días.

Estudios Mercantiles en Málaga

Acabado cuarto de bachiller, mis padres decidieron mandarme un año a Málaga interno, a cursar el primer año de los Estudios Mercantiles. Al regreso, mi vida transcurría a caballo entre Alhucemas y Melilla.

Llega el amor

Llegaron los carnavales del año 1952. El Casino Español de Alhucemas presentaba sus mejores galas. En plena celebración, apareció una joven forastera, procedente de Almería, una bellezona con un rutilante traje de noche que me dejó impactado. Después de aquella noche, acordamos vernos y pronto surgió el amor.
Tras una relación modelo mitad de siglo XX y, después de seis largos años de duros avatares y reveses por la distancia y el tiempo, llegó el final feliz.

El desfile

Yo hice la mili en mi pueblo. Corría el año 53. Los españoles residentes en Marruecos podíamos hacer la mili en nuestro lugar de residencia.
Allí había un grupo denominado “Grupo de Artillería a Lomo”. Las piezas que componían un cañón eran transportadas a lomos de mulas.
Yo, que hasta la fecha nunca había tenido trato alguno con estos cuadrúpedos, no sabía lo que me esperaba cuando me comunicaron que participaba en el próximo desfile, con mula incluida.
Llegó el día del desfile, ¡el 18 de julio!, por la calle principal de Alhucemas, donde estaba instalada la tribuna y todo el vecindario junto, esperando el desfile de los paisanos, entre ellos yo.
Allí estaba para el desfile o, mejor dicho, estábamos los dos: yo con la mula que me asignaron, porque desfilábamos por parejas, cada soldado conducía su mula. ¡Lo que pasé ese día! (Sería para empezar y no acabar… y para contarlo en otro lugar).

La explosión del polvorín

Las fiestas de Alhucemas se celebraban en julio, en los jardines de la Junta Municipal. Aquel año, en pleno baile con mucha animación, de pronto se produjo una gran explosión, que originó unas grandes llamaradas apreciables desde el mismo baile. El susto fue general.
Como yo estaba haciendo la mili, me fui a mi casa de inmediato y me cambié de ropa -de la de fiesta a la militar- y me fui al cuartel.
Cuando llegué, me enteré de que había explosionado el polvorín. El incendio se sofocó rápidamente y todo volvió a la normalidad. Todo… menos el baile que, con el susto, se terminó en un instante.

Opositor en Madrid a un cuerpo técnico del Estado

Los años 56 y 57 los pasé en Madrid preparando unas oposiciones a un cuerpo técnico del estado. No pude culminar con éxito estas expectativas, pero adquirí un amplio bagaje de conocimientos que me han valido mucho a lo largo de la vida.
Aunque volví a Marruecos, la mirada y el pensamiento los tenía puestos ya en la vuelta a España.

Salida de Marruecos

En 1956 llegó la independencia de Marruecos. Un año más tarde salí definitivamente de Alhucemas en busca de mi futuro.
Mi salida no fue traumática. Partí sin las añoranzas y sin los recuerdos románticos y soñadores con una vuelta imposible como los de otros, que todavía hoy piensan que van a encontrar allí la vida de aquel pueblo lejano en medio de otra cultura y civilización, pero conservando las señas de identidad nuestras debido a la procedencia de nuestros padres y abuelos.

La vuelta a Almería / Cierre del círculo

Finalmente, después de un largo periplo por distintos puntos de la geografía peninsular española, me afinqué con carácter definitivo en Almería, la tierra de mi esposa y nuestros hijos.
He sido el único miembro de la larga familia de los Romero Mesa de Alhucemas, los del Oriente, que ha vuelto a la tierra de donde hace cerca de un siglo partieron nuestros abuelos con la esperanza de luchar por conseguir progresar.
Por mi parte, con muchas ilusiones, a pesar de algunas añoranzas, siento que he cerrado un círculo vital iniciado por mis abuelos, los que de aquí partieron, y completado con mi vuelta a sus orígenes.

Almería, 2014-2015