CONATO DE SECUESTRO
-Ginés Bonillo-
Cuando ya nos dirigíamos a una de las cajas del supermercado para pagar, mi mujer (como siempre, o como casi siempre) recordó algo que había olvidado e iba a dejarme a solas y sin respuestas ante el toro de la cola, expuesto a las preguntas insidiosas de las seguidoras (“¿Está usted en la cola o no? ¿Por qué no avanza?”), que parece que huelen sangre, que te adivinan la debilidad de que en el fondo estás rezando para que pase el tiempo y venga tu mujer con lo que ha olvidado, pero no captan –con lo listas que son- la gran debilidad, la visión reducida, que te aísla.
-Busca –me dijo- una caja que tenga poca fila y ponte, que yo voy en un periquete por un bote de orégano.
-Seguro –me dije- que de camino recuerda un par de cosas más y me tiene un cuarto de hora con el agua al cuello en la caja y algún insidioso al que le molesta que dejes medio metro entre tu carrito y el culo del cliente que te antecede.
Con una mano iba empujando el carrito con la compra y con la otra agarré a nuestra hija, que a veces se detenía y me veía obligado a tirar de ella un poco.
En un momento determinado la niña se soltó de mi mano y yo empecé a buscar alrededor sin mirar atrás, pensando que no debía de haberse alejado mucho; y, efectivamente, al instante encontré su brazo y la sujeté fuerte por la muñeca. Ella debió de sentir la presión de mi mano y forcejeaba por liberarse de nuevo. Yo la retenía con mayor fuerza. Pero la jodida de la niña se rebelaba y se aferraba al suelo como si fuese un árbol.
Yo me planteaba qué imagen iríamos dando: una caballería tirando de un arado clavado en la tierra, dejando un surco. Pero me daba igual: seguí tirando de la niña; todo menos perderla de nuevo.
Aquella situación se mantuvo varios minutos. Y la jodida de la niña cada vez más atascada y rebelde. Pero yo me obstiné y no la solté.
Ya me puse en una cola. Y la niña forcejeando por soltarse.
En ese instante oí por megafonía un mensaje para los clientes:
-Atención, por favor. En Información General se encuentra una niña que dice tener casi tres años, que se llama Alba, que su mamá se ha perdido y que su papá se ha ido con otro niño.
Miré instintivamente hacia atrás y, horror, retenía asido de la mano a un niño de unos cinco años que bregaba por soltarse. Al lado, un señor se reía comprendiendo la situación. Debía de ser el padre del pobre niño.
Dejé el carrito y me encaminé de inmediato hacia Información General. Llegamos a la vez mi mujer y yo, sobresaltados , y allí estaba (según entreví) bien tranquila, sosegada, como una reina, pintando y de palique con las empleadas del supermercado, la jodida de la niña. ¡Y yo expuesto a ser acusado de intento de secuestro! ¡Para matarla…! ¡De mayor, seguro que no se acordaría del rato que acababa de hacernos pasar!