El “análisen” de sangre
Andrés Sánchez Bonillo
Aquella mañana me levanté temprano y decidí, por fin, pasar por el hospital para los análisis de sangre y orina que días atrás me recetó D. Victoriano, ángel custodio de mi salud desde principios de año. Digo “por fin” pues, en sucesivas veces, había dejado olvidado en Palacés el volante necesario para solicitar las pruebas. Palacés es mi terruño, al que me acercaba últimamente en viajes relámpago y, entre tanto ir y venir, siempre se me olvidaba algo.
En estos quehaceres destinados a escudriñar mi salud física, lo más desagradable -al menos, para mí- es ir a la extracción de sangre sin poder tomarse uno el cafelico de la mañana con su media de aceite. Sin él estoy de muy mal humor y, lo que es peor, transitoriamente me vuelvo pendenciero, aunque sin perder los buenos modales. Los vampiros del laboratorio no me asustan; soy de los que nos gusta mirar conmovido cómo se embota la vena, entra la aguja y comienza la sangre a salir, quedo maravillado de su rojo intenso, casi negro, y de su enigmático fluir en mi interior.
Apenas pasadas las ocho llegó mi turno. Me aproximé al mostrador. No me permitió articular palabra la auxiliar: sin apartar la mirada de su computadora, percibió la presencia del “siguiente” y, maquinalmente, la pelimorena enmarañada, soñolienta, con desdén dijo: “Dígame”. A mi, con sinceridad, aquella desagradable falta de calor humano estimuló, aun más, mi ánimo follonero, que empujaba por salir desde mi interior abriéndose camino como la lava incandescente derrite la tierra instantes antes de la erupción.
-Buenos días, señora. Venía a hacerme un “análisen” de sangre y otro de orines –contesté, tirando de mi léxico de infancia, superviviente en mi en ratos de humor y para recordar de dónde vengo.
Hice blanco: la pelimorena quedó petrificada, sólo pudo dirigir sus saltones ojos hacia mí a modo de lanzamisiles. Los cristales de sus enormes gafas hicieron las veces de escudo salvador.
-¡Será “análisis”! -espetó, con voz entre indignada y repulsiva.
El duende de la travesura sonreía al tiempo que maquinaba la próxima.
-Por favor, rellene estos documentos -exhortó la subalterna incauta, ya de pié, despojada del sopor inicial, seria y fría.
-Perdone, señora; pero soy discapacitado visual y no veo para escribir.
Esto la conmovió lo suficiente, la ablandó: su gesto perdió el fuerte olor a vinagre inicial y, en general, su tensión se aflojó.
-Bueno, aquí tiene el justificante para recoger los resultados y su tarjeta de mutualista -dijo transcurrido un instante, ahora sí, irradiando algo de calor fraternal.
Esto de no estar bien de la vista “amansa las fieras”: le permite a la gente realizar a bajo coste su buena obra del día.
-¿Es que los resultados no los envían por correo “electrógeno”? -pregunté.
-¡No, y se dice “electrónico”, “correo electrónico”! ¡A ver si nos ponemos al día en las nuevas tecnologías! -me contestó con cierto agrado en forma de media sonrisa y voz en color más suave.
-¡Ah, no! ¿Pues entonces?
-Lo puede usted descargar de la web oficial. Aquí tiene usuario y contraseña -dijo ella al tiempo que extendía la mano con el papel de las instrucciones.
-Mire usted, joven, a mí las “güess” no me van nada; mucho lío con eso de Inicio, Quiénes somos, Bienvenida, Noticias, Contactos, Área de clientes, Galerías, Ofertas… Manejo mejor el “basa” o el “tites”.
-Oiga, ¿ha dicho usted “tites”? Querrá decir twíter. Tampoco es “basa”, sino whats app. Y es web, “página web”.
-Será como usted dice, joven; yo me refiero a las “a pepes” del gorrioncico y del telefonico verde para el lado.
-Caballero, esas app no se utilizan por razones de seguridad.
-¿Ah, no? ¿Y por “facebuque”?
-Es facebook -me corrigió con hilaridad-. Y no se utiliza por lo mismo: protección de datos.
-Jovencica, usted está puesta en cuatro nombres en inglés, pero poco en nuevas tecnologías.
-¿Ah sí? ¿Y eso?
-Hombre, hasta el Papa y el presidente de los Estados Unidos de Norteamérica informan por “tites”. Eso sin contar que todo hijo de vecino exhibe su vida íntima por “facebuque” y “basa”, facilitando alegremente sus datos personales por el entramado de la red informática sin más precauciones.
-Caballero, un análisis es una cosa muy seria.
-Ya veo, ¿me quiere usted convencer de que le importa más a la gente mi nivel de glucosa en sangre, mi índice de TPH libre en ella o la velocidad de su sedimentación que cuántos hijos tengo, si me llevo bien o mal con mi esposa, si tengo o no amantes, si me queda mucho o poco pelo o si estoy muy gordo o me mantengo en medidas razonables?
-¡Ande, ande! No diga más tonterías esta mañana y deje el turno al siguiente.
-¡Sí, sí! Para ustedes las nuevas tecnologías es decir cuatro cosicas en inglés, ponerles a algunas “2.0” al final; pero de aligerarnos la burocracia… nada de nada, sobre todo si estamos lisiados.
Al poco sonó una voz perfumada envolviendo mi nombre: reclamaba que pasara a la extracción. Penetré al habitáculo y, entre la niebla, vislumbré un vampiro de descomunales ojos caramelo, sonrisa blanca que iba de lado a lado de su angelical rostro, cuerpo modelado en proporciones sexis y de modales delicados. Todo mi mal humor se disipó en la atmósfera creada por la tierna libadora.