Cuentas de África / 1 [de Juan Romero]

Cuentas de África
(UNO)

Juan Romero

A mi fiel memoria.

Emigración de mis abuelos a Melilla / Inicio de un círculo

A Principios del siglo pasado, mis abuelos paternos, procedentes de Berja (Almería), barrileros de envases para la uva de exportación, y mis abuelos maternos, agricultores, emigraron a Melilla.
Allí pasaron la nueva etapa de su vida, trabajando y luchando por conseguir ir progresando. Con el paso del tiempo, alcanzaron un mejor estatus.

Traslado a Alhucemas y construcción del Hotel Oriente

Llegado 1926,mi abuelo Juan había conseguido ahorrar algún dinero con la ayuda de sus hijos y decidió emprender una nueva aventura, estableciéndose en lo que era un incipiente pueblo que las autoridades españolas denominaron “Villa Sanjurjo” y donde todo eran barracones militares de madera. Aunque con el tiempo lo llamamos “Alhucemas” (del árabe Al-Husaima, que significa ‘espliego’), todo el tiempo que estuvimos allí entre nosotros le decíamos “Villa Sanjurjo”.
Allí levantó mi abuelo una de las primeras obras de mampostería, que en principio dedicó a pensión y luego, con el trascurso de los años, se transformó en el Hotel Oriente, uno de los establecimientos más importantes del sector hotelero.

Colegio de misioneras mexicanas

Yo nací en Melilla, pero con tan solo unos días de vida me llevaron a Alhucemas, donde residían mis padres y abuelos. Mis primeros pasos los di en el colegio Divina Infantita, con religiosas misioneras mexicanas.

Costumbres y ritos populares

Desde muy niño tuve la oportunidad de ver, con mis ojos infantiles todavía, costumbres, ritos y otras manifestaciones tradicionales muy distantes de las de mis abuelos. Por ejemplo, recuerdo que un día contemplé en un zoco a un encantador, más de culebras que de serpientes, que al son del pandero y la chirimía animaba las convulsiones de los reptiles… pero, ante mi estupor, aquel hechicero empezó a golpear hasta su muerte a uno de los animales, tratando de acumular su sangre en la cabeza y, ante el asombro de toda la concurrencia, comenzó a comerse la culebra.

Marruecos, país de fantasía

Marruecos es un país de fantasía y contrastes de costumbres. Ves un pueblo dormido con el ayuno del ramadán, los hombres sentados en un cafetín moruno ante un té cargado de azúcar y fumando una pipa de quif, con un humo dulzón que te envuelve. Aquello es diferente y lo tenemos ahí en frente, sobre todo Xauen, ciudad santa, y Tetuán, con el contraste curioso de ver circulando trolebuses por la ciudad y, al lado, el barrio llamado “la Medina”, conocido por “Barrio Moro”, que es un auténtico laberinto lleno de vida, tiendas atestadas con los más variados artículos.

El avión solitario

En los primeros meses de 1939 ocurrió un hecho que causó la alarma en toda la población. Un día apareció de forma inesperada un avión sobrevolando el cielo de Alhucemas, dando vueltas hasta agotar el combustible. Era un caza del ejército republicano.
Después de un rato dando vueltas, cuando se le agotó el combustible, el avión tomó tierra en el corto y viejo campo de fútbol de Malmusi. El piloto abrió la carlinga, sacó la cabeza y agitó un trapo blanco en señal de rendición.

La Plaza de España

Alhucemas tenía un parque –llamado “Plaza de España”-con sus jardines y un mini zoo. En éste había jaulas con pájaros exóticos y pavos reales, entre otros animales. Aunque lo más popular era una jaula con monos, donde la estrella era la “mona Pepa”.

La iglesia

La iglesia estaba regida por un misionero franciscano, el “padre Antonio”, un vasco fortachón, todo un personaje, siempre vestido con su hábito marrón, su cordón con tres nudos a la cintura y sandalias. En su tierra no hubiera desentonado entre los mejores aizkolaris, los cortadores de troncos, o entre algunos levantadores de piedras.
Como los buenos curas de pueblo, todas las mañanas se daba un buen paseo. Una de las “estaciones” era el Bar Oriente, propiedad de mi padre, quien todos los días lo invitaba a una copa de coñac. Pero los días de frío, después de la copa habitual, el padre Antonio le decía a mi padre: “¡Sé bueno, Juan Antonio! Pon otra copa”.

Las despedidas de los novios

Las bodas populares, que eran la mayoría, acababan de forma festiva. Terminada la celebración y como punto final, existía una vieja costumbre: despedir a los novios que tomaban el autobús de línea (de la CTM, que llamábamos “La Andaluza”)que los trasladaba a Melilla, donde pasaban unos días en viaje de novios.
El autobús partía de la Plaza del Rif y los invitados y muchos curiosos se agrupaban en la plaza para despedir a los recién casados.
Al ver a la gente y el jolgorio que se traían, el conductor ya sabía qué tenía que hacer ese día por tradición nada más partir: darle al menos tres vueltas, con el autobús a buena velocidad, a la farola que había en el centro de la plaza, mientras los asistentes, con la euforia del momento, lanzaban toda clase de manifestaciones de alegría: palmas, agitar de pañuelos, cánticos, vivas y vítores a los novios, aplausos…
Era la costumbre y ¡que no se le ocurriera al chófer no dar las tres vueltas!

Alhucemas, mirador al mar

Alhucemas estaba situado en un plano alto, a unos cincuenta metros sobre el nivel del Mar. Eran casas blancas, mezcla de pueblo típico de Andalucía con influencia árabe.
Desde un mirador en el pueblo se divisaba la bahía de Alhucemas con el cabo quilates al fondo. En la entrada del puerto había dos peñones.

Las noches de luna llena

En las noches de luna llena de verano, la gente acudía a contemplar al fondo la flota pesquera con sus petromax, iluminando junto con el reflejo de la luz de la luna las tranquilas aguas, con su percepción azulada y de una belleza singular.
Como complemento de la noche, si se madrugaba, se podía contemplar con los primeros rayos solares la entrada de toda la flota pesquera en hilera en el puerto: docenas De barcazas cargadas hasta los topes de abundante pesca.
En la bahía de Alhucemas había veces que se juntaba una gran parte de la flota pesquera del sur de España.

El autillo [de Cristina Garrido Moraleda]

El autillo

Cristina Garrido Moraleda

-Yo creo que tanta parafernalia le toca las pelotas. Fíjate. Eso de que llegue dándoselas de inspector Don Fulano de tal… El tema le trae sin cuidado, se ve a la legua…
-Joven, ¿para qué dicen que es esta reunión de comunidad?
-No, señora Antonia, que no es de la comunidad, que nos ha convocado la policía por lo del tema del autillo.
-¿La policía? ¡¿Qué me dices?! ¿Qué “antillo”?
-El A-U-TI-LLO, señora. El pájaro ese que empezaba a cantar nada más caer la noche. El que hacía ese sonido metálico como así: pííí, pííí, pííí y lo repetía cansino hasta las claras del día…
-Niña, no insistas, que Antonia es sorda y no lo escuchó seguro. ¡Chis! A ver qué dice el del 5º A; como tiene costumbre de fisgar por la noche en la ventana, igual vio algo…
-…Lo busqué en internet, no crea. Menudo el pollo, oiga, ¡minúsculo!, un buhito la mar de entrañable. ¡Invisible! Pero cómo sonaba el puñetero. Bueno, eso lo saben todos por experiencia…
-Este tío descubre la pólvora. Así no terminamos ni para mañana. ¡Al grano, Pepe, al grano!
-Pues si a eso voy. Yo en la ventana, que me paso allí casi toda la noche porque padezco de insomnio…
-¿Qué te dije? Insomnio, ya, y cotilla, que le gusta más controlar a la hora que entra una…
-Y sobre las tres de la mañana se oyó un disparo. No un disparo de esos de las películas, no, no, ¡qué va! Era más bien de los de las escopetillas de la feria, de las de perdigones. Y sanseacabó el ruido. No se escuchó nada más nunca.
-Parece el tío radio macuto, siempre alerta.
-La verdad es que dejó de escucharse al pájaro, porque verlo, nadie lo vio. Era el rey del camuflaje. ¿Cómo? Ah, vale, nos callamos.
-¿Alguno de ustedes puede aportar alguna información más? Les recuerdo que hay una investigación abierta a instancia de Ecologistas Reunidos. Esa avecilla era de los últimos de su especie en esta zona, está protegida expresamente por la Ley General de Vida Silvestre…
-Pues para ser de los últimos, menudo coñazo daba el jodido. Como para que hubiera varios…
-Sí, pero tampoco era para matarlo, con habérselo llevado a otro sitio.
-Sí, claro, y quién es el guapo que busca al animalico y lo traslada… desde luego, Pili, tú vives en los mundos de Yupi. Y no me salgas con tu vena ecológica, que estoy hasta las narices de la marca de la rueda de tu bici en el espejo del ascensor. Mucha ecología, mucha ecología, pero no se te ocurre limpiarlo.
-¿Pero qué tiene que ver la velocidad con el tocino? ¿De qué vas, hombre? Para alguna vez que la he apoyado sin querer y haya manchado el espejo… Dios, maté un gato… Increíble. ¡Que ya me callo!
-Insisto en que alguno de ustedes debió escuchar algo más. ¿Sabían dónde anidaba el pájaro?
-Eso hubiera querido yo, ¡je!, (y unos cuantos), saber dónde leches se metía el pollo. No te digo…
-Imposible, ese bicho se mimetizaba con el entorno, señor inspector, y como encima es pequeño, menos.
-Parecía que estaba por la zona del bloque 2. Ahí hay más vegetación porque llevan sin arreglarla varios años. Ya les avisamos que traería consecuencias… Bueno, bueno, eso lo veremos en otra ocasión, vale.
-En la pescadería hubo alguien que dijo que esto iba a terminar de una vez por todas.
-Pues dilo fuerte, mujer, que se entere el inspector… si escuchaste algo…
-Yo no digo nada, que luego todo se sabe y lo escuché de refilón.
-Seguro que fue el del 4º B, el militar, niña, que ese no se anda con chiquitas… Fue él, ¿verdad?
-Que te digo que yo no sé nada, que luego pasa lo que pasa. De este asunto me da igual detrás que a las espaldas.
-El militar no pudo ser, mujer, que ve menos que un gato de yeso. No acertaría ya ni a un elefante, el pobre… Si a este pájaro, verlo, lo que se dice verlo, no lo ha visto nadie. Sólo lo hemos escuchado.
-¡Señoras, por favor!, hablen para todos. En definitiva, que sólo oyeron el disparo y se terminó…
-¡La pesadilla, señor inspector, la pesadilla se terminó por fin!
-Hace cinco o seis días también tiraron cohetes, imagino que para espantarlo.
-¿Eh? ¿Los cohetes de la otra noche no eran por el fútbol? Yo creía que nos manteníamos en primera división.
-No, no, ni mucho menos. Nos descalificaron el domingo. Los petardos no eran para celebrar nada.
-Pues vaya.
-¿Has visto lo guapetón que es el vecino nuevo del 2º C? Escuché en la farmacia que es músico.
-¡Anda ya! ¿El ciego del bloque 1? ¡Qué interesante! ¿Qué toca?
-Dicen que el piano. ¡Prodigio de cuerpo tiene el hombre, niña!
-¡Silencio, por favor! Al grano, señores. Tiraron petardos, ¿y?
-Y nada, señor inspector, el pájaro siguió a lo suyo, estuviera donde estuviera. Ni se inmutó, imaginamos. Cuando dejó de sonar el ruido de los explosivos, ¡pííí! de nuevo.
-¿Sabemos quiénes tiraron los petardos al menos?
-No, yo no vi a nadie. / Ni yo / Ni yo / Ni yo / Ni yo…
-Vale, vale, ¡está bien!, de acuerdo, nadie vio nada.
-Quitando al vecino del 5º A, el resto no somos muy de ventana…
-En definitiva, sólo un vecino escuchó el disparo y nada más. ¿Saben ustedes la magnitud de la falta que se ha cometido? No sólo se enfrentan a una multa o indemnización, también puede haber condena penal por esta clase de delito contra el medio ambiente, ¿lo entienden? El autor del disparo responderá ante la Ley, y ustedes, como vecinos pueden ser responsables subsidiarios…
-No amenace, oiga, no amenace, que lo único que nos faltaba ahora es responder encima…
-Déjese de milongas, señor inspector, será todo lo que usted diga, pero no vea el alivio, después de dos meses con este calor, las ventanas abiertas y el bicho dando la lata de esa manera… Sin dormir querría yo ver a algunos ecologistas de ésos…
-¡Muy bien dicho, Carmen!
-¡Digo, delito! Un monumento le haría yo al que haya disparado, oye, que ya tiene atino el artista. ¡Un monumento en una rotonda a ese Robin Hood!
-¡Una derrama ahora mismo! ¡Para eso no me importa pagar a mí una derrama!
-¡O lo que haga falta, Arturo!
-¡Responsables subsidiarios ni leches!
-Dejaos de tonterías…
-¡Señores, señoras, por favor, silencio! ¿Tienen idea de lo que dicen? No, no la tienen, ni se imaginan… Un monumento…, por dios…
El vecino del 2º C, bloque 1, soltó una carcajada que de todas formas se difuminó en la maraña de conversaciones que lo rodeaban y que de vez en cuando lo habían aturdido. Es lo que tiene haber desarrollado el oído a semejante nivel de eficacia. Desplegó su bastón blanco y se fue discretamente camino del ascensor con el resto de la risotada que le produjo el imaginarse como busto en pedestal o, mucho mejor, como una estatua ecuestre en mitad de la rotonda del centro comercial. Más estilo Daniel Boone, eso sí, que Robin Hood, por eso del arma utilizada y porque iría descamisado, para deleite de algunas de sus convecinas.