Memoria de Montejícar 1/2 [de Ana Redondo Valdivia]

MEMORIA DE MONTEJÍCAR

(UNO)

-Ana Redondo Valdivia

 

Montejícar

 

Yo nací en Montejícar, un pueblo de la provincia de Granada, a sesenta quilómetros de la capital y otros sesenta de Jaén, a medio camino. El pueblo era pequeño, un pueblo pobre, de tierra, que la gente toda trabajaba en el campo. Había olivos, almendros y se sembraba mucho trigo, cebada y una cosa que se llama yeros o berza (para que comieran las cabras), garbanzos y cosas de esas, cosas de secano.

Había terrenos al lado del río para sembrar hortalizas, pero era casi todo montaña, de secano. Al río le llaman de la Fuente Cabra, que va al río Guadahortuna. Hay un nacimiento y un caño de agua, que está cayendo siempre, de día y de noche. Allí había unos pilones que es donde bebían los caballos, los burros, las cabras… todo eso.

Era un pueblo normal, de trabajadores, pero había algunos riquillos que tenían muchas tierras. Iban todos los hombres a la plaza, a buscar trabajo, y entonces le decían: «Tú te vienes conmigo, tú conmigo, tú conmigo…». Trabajaban así: iban a la plaza y les salía trabajo a los hombres para un día, para dos, para tres, para lo que fuera. Decían: «Vamos a segar la cebada, vamos a cortar olivos, vamos a esto… y así».

Se levantaban muy temprano, venían corriendo y ya la mujer o la madre le tenía preparada la talega con la comida. Antes no había cestas ni bolsos, era una talega de tela. Le echaban un trocillo de chorizo, salchichón, un huevo cocido, lo que había… Y se iban a trabajar hasta la noche, que volvían.

En Montejícar había una escuela y un colegio de monjas, las monjas de Cristo Rey estaban allí. Ya las han quitado. También había cine y una iglesia muy grande, de san Andrés, que es preciosa, parece una catedral, porque es de piedra por dentro. Y luego hay una ermita en todo lo alto, la Virgen de la Cabeza, que está en un cerro y es la patrona del pueblo. La bajan en mayo, para rezarle el rosario, y luego en las fiestas, que hacen moros y cristianos. Antes eran con caballos, pero ahora como no hay tantos caballos, van andando. Se visten y pelean en la plaza con las espadas. Y eso todos los años. Yo me acuerdo de pequeña que me llevaba mi madre, y sigue la tradición esa.

 

Juegos en la calle

 

Mi madre me tuvo a mí en 1947, ya con treinta y tantos años. Y recuerdo que los niños estábamos todo el día en la calle, jugando, en los ríos, en las pozas.

Dinero teníamos muy poco, nada. En las fiestas a lo mejor nos daban una peseta para los columpios. Nos montábamos en los columpios con dos reales y los otros dos reales eran para un helado y eso era lo que nos daban las abuelas o… Porque yo me quedé con un año sin padre y a mi madre no le quedó pensión ni nada, nada; y se tuvo que ir a la casa de mis abuelos hasta que yo tuve tres años y entonces, cuando ya tuve tres años mi madre se puso a trabajar.

Mis abuelos no tenían mucho, pero ellos nunca han pasado hambre ni nada. Siempre tenían sus conejillos, sus gallinas, su marranillo para la matanza.

Tenía un primo hermano de mi misma edad y era muy traviesillo, porque se iba a los huertos a jugar, y yo siempre me iba con él, porque éramos de la misma edad, y siempre estábamos jugando. En los árboles atábamos cuerdas y hacíamos meceores.

Una vez iba una niña de estas ricas con un helado muy grande y nosotros estábamos locos por un helado y ¿qué hicimos? Se lo quitamos y nos metimos en un portal y entre los dos nos lo comimos. ¡Fíjate!

En invierno jugábamos en las casas, porque allí nevaba mucho. En invierno había veces que llegaba a medio metro la nieve. Ya no pasa, pero antes… =tener que hacer con una pala un carril para poder ir a las tiendas o por agua! Ahora ya porque hay agua y todo; pero cuando yo era pequeña no había agua en las casas ni nada.

 

Cargada con un niño gordo a la escuela

 

Con trece años me fui a Granada a trabajar, a cuidar a unos niños del médico del pueblo. Mi madre estaba de cocinera con el médico; y entonces él le dijo: «Me voy a llevar a tu Anilla para que juegue con los niños» y mi madre le dijo: «Si mi niña tiene trece años, si no sabe hacer nada» y él: «No, si no es para hacer nada; si es para que juegue con los niños».

Así que me fui con ellos y mi primer sueldo fue de trescientas pesetas al mes, por cuidar a los niños. Estaban en el pueblo, pero tenían en Granada un chalé y a veces se iban allí y yo me quería ir porque iban a Motril a la playa y yo no había visto nunca la playa. La primera vez que vi la playa fue con trece años.

Cuando estábamos en el pueblo, yo tenía que llevar al niño al colegio y el niño pesaba más que yo, y lo tenía que llevar en brazos. Entonces no había coches de niños. Era un niño muy gordo y yo con trece años… ¡Ya ves! Yo me echaba al niño a la cintura. Me lo espatarraba en la cadera como si fuera un saco de paja, una pierna para un lado y la otra para el otro, así en la cadera. Si no, no podía con él. Allí estuve hasta que ya me busqué un trabajo.

 

Paseos para acá, paseos para allá… y bailes

 

La forma de divertirse entonces era ir desde la iglesia hasta donde paraban unas alsinas que iban todos los días a Granada a llevar gente, en la Calle del Medio que le llaman, desde la iglesia hasta las alsinas… paseos para acá, paseos para allá. Comprábamos pipas, comprábamos cacahuetes, caramelillos, lo que había… y para acá y para allá, paseando y esa era la diversión.

Cuando mi madre era joven, los bailes los hacían en las casas. Eran guitarras, acordeones y mandurrias. Pero cuando yo fui mozuelilla los hacían en una verbena, un salón grande, y en las fiestas y el día de la Virgen, en navidad siempre venían orquestas y eran tres días de verbena, de bailar. Había una verbena con conjuntos que tocaban y las niñas bailaban.

Había como un patio muy grande y todas las madres sentadas allí fuera tomando una cerveza, un vino o lo que fuera, y las niñas dentro, pero por los cristales nos veían bailar.

También en la plaza traían conjuntos y bailes, y todos los viejos y todo el mundo bailando. Los bailes eran agarraos, agarraítos, bien lentos, las canciones que había por aquellos tiempos: Los Sírex, Fórmula V, Los Pekenikes… Los que eran muy tímidos, que les daba vergüenza pedir a las niñas, se ponían en la barra, vaso de vino va y vaso de vino viene hasta que se emborrachaban.

Además del baile, en la calle ponían casetas de tiro, churros con chocolate, turrón, vinillos… Después traían al Bombero torero, pero cuando yo solo había el baile en la plaza y se acabó

 

Esperando en las esquinas

 

Para los noviajes, cuando yo era jovencilla, los muchachos se ponían en las esquinas esperando a que salieras a algún mandado para ir contigo, porque las madres no nos dejaban. Entonces, se ponían en la esquina hasta que salías; cuando salías pues detrás de ti a ver dónde ibas. Así se intentaban conquistar, porque en la casa hasta que no éramos mayores no dejaban.

 

Con una silla al cine y un gato al circo

 

Cuando yo era pequeña iba al cine con mis primas. Pero siempre venía una mayor, una madre o una hermana mayor. Solas no nos dejaban ir.

El cine no era muy grande y cuando había película famosa teníamos que llevarnos una silla de casa, porque si era una película bonita iba toda la gente y faltaban sillas, no había. ¡Como no había otra cosa nada más que el cine!, que echaba solo el jueves y el domingo.

Cuando a la plaza venía circo, todo el mundo tenía que llevarse también una silla de su casa. El circo venía una vez al año, pero circos de estos sin animales ni nada, circos de estos de acrobacias, por escaleras, que cantaban, de payasos… cosas de esas. Que no eran circos de trapecios ni nada de eso.

Una vez vino un circo, que le llamaban «Circo Monumental», a Guadahortuna, que está a diez quilómetros de Montejícar, y era un circo muy grande, que eso en los pueblos pequeños no los ponen. Pero venían de Jaén y pararon a descansar y vino una furgoneta a nuestro pueblo anunciando que actuaban.

Toda la gente fuimos andando al circo, diez quilómetros andando para allá y otros diez para acá, porque el circo traía muchos animales. Y como valía dinero entrar, el que no tenía dinero llevaba un gato y lo dejaban entrar gratis, para echárselo a los leones. Eso ya está prohibido, pero entonces los gatos que estaban por las calles pasaban peligro. Si le llevabas un gato no te cobraban la entrada. ¡fíjate!