A destiempo
Inma Ferre
Me contaba que vivió siempre a destiempo, esperando el día en que se equiparara su circunstancia con su edad. Era muy niña cuando la hicieron mujer. Le macularon sus ilusiones, el derecho a tropezar y caer; pero también aprendió a volar sin que nadie le cortara las alas.
Quizá por ese motivo, en los sueños se le repetía con frecuencia la misma pesadilla: volaba y volaba y, cuando todo era maravilloso delante de su vista, caía al precipicio igual que una cometa cuando le falta el viento.
La conocí en el ocaso de su vida y me llamaron poderosamente la atención sus ojos y su voz, que no habían envejecido.
A menudo manteníamos largas y amenas conversaciones, en las cuales me contaba las vicisitudes por las que había pasado a lo largo de su vida y que, a pesar de todo, había sido feliz, pues… «La felicidad –me decía- no la proporciona lo exterior. Si tú la llevas dentro, siempre la encontrarás. Hay que reír hasta cuando se llora». Era una gran enseñadora de la vida.
Nunca podré darle todas las gracias que merece. Me dejó una gran biblioteca en el corazón. Espero encontrármela de nuevo algún día en algún sitio y que siga transmitiéndome las lecciones de su magnífica enciclopedia.