Hace años, un día cualquiera iba conduciendo en dirección a Costacabana y, de pronto, veo cómo la raya continua de la carretera se transforma en semicircunferencia de forma intermitente hasta llegar al destino. A la vuelta, ocurrió igual.
A los pocos días, saco unas monedas del bolsillo y las veo cuadradas, como si en un momento el irresoluble problema de la cuadratura del círculo hubiera quedado plasmado y resuelto en el acto.
Alarmado, con temor y expectante ante lo que aparecía como un juego de ilusionismo siniestro, inicio un rápido periplo de visitas médicas y acabo en Sevilla. Diagnóstico contundente: «es grave». Empieza la batalla que ha de durar tres años y medio contra unas retinas rebeldes. Yo diría que han envejecido más de prisa que el resto de mi organismo.
Viajes constantes, terapia dura y agresiva… Al fin se acabó todo. Quedaron las graves secuelas, además de dos costurones, uno por cada ojo. Pero también me dejó un par de rejillas que al menos me proporcionan ese resto que me ayuda a llevar mejor las rémoras de mi vida.
Cuando el eminente oftalmólogo que me trató en tal largo proceso dictaminó el «clínicamente curado», recibí una fuerte ilusión de moral. ¡Qué rápidamente la realidad se encargó de devolverme a lo que ya no tenía remedio.
En aquellos momentos angustiosos, acudí a la ONCE: había que poner orden en aquel baile siniestro de neuronas que aportaban negatividad.
Allí recibí rápidamente la ayuda psicológica de la persona que, a su gran profesionalidad, me trataba también con el afecto y cariño que tenía a quien muchos años antes le había abierto las puertas de su casa.
También recibí la ayuda técnica necesaria, descubrí el milagro de la looky (la popular lupi), que desde entonces es mi mejor amiga.
Después de varios años, ahora el destino o la desgracia me ha golpeado fuertemente de nuevo; esta vez de forma indirecta: la enfermedad que afecta a un ser querido no mata de inmediato, pero ataca cruelmente las neuronas, produciendo un brutal deterioro psíquico y físico.
De nuevo, mi vida entra en una fase de depresión, llena de claroscuros, pena constante, lágrimas… Y así siempre por varios años.
Un buen día, no hace tanto, la voz de la esperanza llamó de nuevo a mi puerta, la misma que me ayudó a salir del pozo en aquella ocasión cuando el problema de visión, y me persono en la ONCE.
Acudo a la llamada y me encuentro con un grupo de personas que, bajo la denominación de «Taller GAM», tenemos un vínculo en común, las limitaciones de visión.
Desde el primer momento me di cuenta de que aquello era diferente a lo que había vivido hasta entonces. Cuando llevaba dos o tres sesiones, ya me convencí de que aquella gente es de otra pasta: su forma de afrontar la vida… Allí se proyecta futuro, se llega a acuerdos para salvar barreras, aprender a manejar el ordenador, hacer teatro, senderismo y muchas cosas más, con nuestro sentido del humor por delante. Allí no se habla de la crisis, las primas de riesgo, ni siquiera de algo que está siempre en las personas de mi edad, la subida de las pensiones.
Semanalmente realizamos dos actividades más que desde el primer momento atrajeron mi atención de forma especial: un taller de lectura sobre temas literarios (novela, cuento, teatro, etc.), conducido por una compañera que une su gran bagaje cultural a una fina intuición; y un taller de escritura creativa, dirigido por otro compañero que procede de la enseñanza y, creo, un enamorado del mundo de las letras.
Entre los dos nos han embarcado, a mí y a otros compañeros, en el proyecto de escribir. Reconozco que me he enganchado y que me gusta; aunque supongo que lo hago con más voluntad que acierto, pero me lo paso bien y, así, estrujo un poco el cerebelo, un tanto perezoso a estas alturas de mi vida.
EPÍLOGO
Estos son los proyectos, las expectativas; del otro lado de la puerta llega la triste realidad, la que me apena… El problema de la cuadratura del círculo seguirá irresoluble por los siglos, como el mío.
Sin embargo, con muchos años de vida ya sobre mi espalda, os digo que, cuando creía que ya lo tenía todo aprendido en la vida, me doy cuenta de que queda mucho que aprender y aquí lo estoy haciendo todos los días.
Después de las monedas que vi cuadradas hace años, esto es lo más parecido que he vivido a una segunda cuadratura del círculo: descubrir que, a pesar de los años, a pesar de las dificultades, se puede recuperar la ilusión por acudir al encuentro de un grupo y, algo más inexplicable, renacer la voluntad de seguir aprendiendo algo nuevo cada día. Y, todo ello, gracias a la generosidad de los demás.