ÉRASE UNA VEZ…(de Inma Ferre)

Érase una vez…

No es una pesadilla ni un cuento de terror. Ocurrió en nuestro planeta. Este se vio amenazado, pues las personas que en él vivían no eran conscientes del daño que le estaban causando.
Mandaban naves a otros planetas. Contaminaban los ríos, los mares, los acuíferos. Todo estaba lleno de plásticos. Los aviones, las fábricas y los automóviles emanaban gases muy contaminantes. Pero la gente vivía muy bien y seguía ajena al problema que estaba causando.
Hasta que llegó un día que el planeta estuvo tan herido que comenzó a sangrar y sus gotas llegaron a la Tierra que, como estaba tan contaminada, se fueron convirtiendo en virus peligrosísimos. La gente moría y enfermaba a gran velocidad. Los médicos y enfermeros trabajaban sin descanso.
La gente tuvo que encerrarse en casa mucho tiempo. Las calles se quedaron desiertas. Los establecimientos cerraron. Eran ciudades fantasma. Pero lo peor fue que las familias se quedaron incomunicadas: los abuelos no podían ver ni abrazar a sus nietos, ni los hijos a sus padres. Muchos ya no volverían a verse.
La gente empezó a darse cuenta de lo importante que es el cariño de la familia y a querer la Tierra, pues de ella salían los alimentos, que era lo único que ahora necesitaban. Agradecían a tantas personas que hacían llegar la comida cada día a sus casas, aún poniendo en riesgo sus vidas.
Pasó el tiempo y, poco a poco, la gente fue saliendo de las casas. La pandemia estaba pasando. Las ciudades estaban limpias de contaminación. Se veían y escuchaban los pájaros, los árboles estaban más verdes y el cielo más azul. Y la gente se dio cuenta y empezó a valorar lo importante que es la Naturaleza; que se podía vivir haciéndole menos daño; y que lo trascendental es lo más cercano.
No hace falta ir a la Luna, es más bello contemplarla desde la Tierra ¡y bastante más barato!

Habrá un antes y un después [de Juan Romero Moyano]

Habrá un antes y un después

-Juan Romero Moyano-

 

Sí, en esto que llamamos la Tierra se ha producido un crack monumental, un caos que ha desequilibrado todos los parámetros que rigen la marcha de este mundo.

Esta situación la ha producido ese bichejo infernal de grosor apenas unicelular, imperceptible, que sin armas nos ha cogido a todos y está aplastando a media humanidad.

Llegó la alarma, el confinamiento en ese «totum revolutum» que produjo la depresión generalizada, fallecimientos, ingresos en UCI, contagios, etc.

Yo, los primeros días de confinamiento, me asomaba a la ventana al amanecer, como siempre venía haciendo: silencio total, ni vestigio de humanos, la imaginación volaba mi escasa visión. Parecía que algún ovni nos hubiera visitado y hubieran abducido a todos nuestros congéneres. Esta imagen no se me ha borrado todavía.

En mi largo peregrinar, y soy viejo, recuerdo lo más parecido: corría allá por los años cuarenta, sobre los once añitos, en Alhucemas (Marruecos), donde vivía, se desató una epidemia de tifus y como medida preventiva me recuerdo pelado al cero, y así todos los niños del pueblo. Las niñas con el pelo muy cortito a lo garçon (¡vaya palabreja francesa que adoptaron!). ¿El motivo? Que la enfermedad la producía un piojo y la bautizaron como el «piojo verde».

En el año cincuenta y siete viví una epidemia de gripe muy agresiva. La denominaron «la asiática». Aspirina, bebidas calientes y un poquito de coñac: en cinco días como si hubieras recibido un palizón y a la calle.

Hasta aquí he expuesto una visión retrospectiva desde un punto de vista no muy alarmante de este fenómeno en la salud, que nos tiene a medio mundo -y al otro medio también- preocupados… es poco: ¿Atemorizados?

Como sea, estamos a mediados de septiembre y ya mi moderado optimismo se ha tornado en unas expectativas más pesimistas. Llega el otoño. Nuestro enemigo secular, la gripe, está a la vuelta de la esquina y se me ponen los pelos de punta de pensar que se alíe con el bichejo.

Creo que los investigadores, científicos, especialistas en epidemiología, etc., empezarán una frenética lucha contra el tiempo para descubrir y poner en marcha lo antes posible la vacuna, única arma para combatir esta pandemia. Según el CIS, en un primer sondeo al ciudadano de a pie, solo el 40% estaría dispuesto a ponérsela.

Y por último, pido a Dios -o a quien proceda- que vaya acabando con tantas desgracias en el género humano: los daños colaterales, laborales (millones de parados, ERES, ERTES, etc.), económicos (ausencia del turismo, cierre en la hostelería, bares…). En fin, hundimiento total de la riqueza y economía del país.

Voy a emitir una opinión: para los políticos un cero, deberían haberse unido en la lucha contra la terrible pandemia en vez de dedicarse a censurar los fallos y errores de los que están en frente. Por lo trascendente de este gran suceso, insisto en que, a partir de hoy mismo y hasta sine die, siempre habrá un antes de y un después de.

Perdonad por atreverme con un tema tan difícil y escabroso. Es la opinión de un viejo terrícola.

 

Almería, septiembre de 2020