COMPETENCIA DESLEAL (de Ginés Bonillo)

COMPETENCIA DESLEAL

A Manuel Alonso Pinos, por su tesón.

El optometrista me recibió sentado en su sillón, con mi voluminoso expediente entre las manos.
-Siéntese –ordenó maquinalmente-, póngase ante los ojos esta tablilla e intente leer la carta que está sobre la mesa a través del agujerito que hay en la tablilla.
Tenía que leer, a través de un agujero estenopeico, en la conocida tabla o cartilla de Jaeger una serie de párrafos que disminuyen de tamaño según descienden en la carta con el objetivo de examinar la agudeza visual de cerca. Aquella tarjeta recogía diferentes oraciones de El Quijote, siempre el primer párrafo. El optometrista me indicó que leyese la segunda oración.
-Una olla de algo más vaca que carnero… -leí, casi de memoria, sin prestar mucha atención, hasta que me interrumpió.
-Sáltate a la quinta frase –me interrumpió, confundiendo frase y oración, pero no era momento de aclararle los conceptos a quien, por otra parte, quizá le importase más un bledo en su jardín.
-Frisaba la edad de nuestro hidalgo con los cincuenta años… –leí pensando que ya deberían cambiar los textos de la tarjeta, porque yo podría hacer trampa pronunciando de memoria, como los alumnos que copian, engañándome a mí mismo más que a nadie; mientras él anotaba en mi historial.
-Mira, ahora, al cuadro de enfrente y di las letras que puedas ver empezando por arriba.
En la pared se iluminó un panel con la archiconocida tabla o cartilla de Snellen, según me he informado después, con sus diez letras en tamaño decreciente conforme descienden las líneas; un optotipo diseñado por Herman Snellen en 1862 para examinar la agudeza visual de lejos.
-E –dije, especulando que siempre seguían el mismo orden, ¡si me las aprendiera de memoria…!-; F P, en la segunda; T O Z, en la tercera; L P E D, en la cuarta; P E C F D, en la quinta… –Hice una pequeña pausa para respirar los dos, y continué-: E D F C Z P.
-¿Cuál es la cuarta? –me preguntó de golpe.
-Una C.
-¡Cómo va a ser una C! Fíjate bien, hombre –me señaló.
-Yo veo una C -respondí, después de esforzarme un poco.
-Que no, pardiez. Mira con atención. ¿Qué letra es?
-Pues yo diría que es una C –insistí, y es que yo veía una C por mucho que me esforzara en ver otra letra.
-Que no, ¡pardiez!, que es una O. ¡No ves que es una O!
-Es… ¡una C!, diría yo –dije con cierto recelo.
El optometrista se levantó de su asiento y se aproximó al panel y exclamó:
-¡Anda! Pues es verdad que es una C.
Volvió a su sillón y me indicó que me fijase en otro cuadro que acababa de iluminarse.
-Empezando por arriba, ¿para dónde tiene las puntitas la U?
-Arriba e izquierda, la primera; derecha y abajo, la segunda.
-Muy bien. Sigue -ordenó.
-Izquierda, arriba y derecha, la tercera línea; abajo, izquierda, derecha y arriba, la cuarta.
-¿Para dónde has dicho que está la última?
-Para arriba –respondí un poco indeciso.
-¡Cómo va a estar para arriba! Fíjate bien, haz el favor –me requirió él serio, no ocultando su contrariedad por mi yerro.
-Yo creo que está para arriba –contesté después de esforzarme otro rato.
-Que no, pardiez. Presta atención, que vamos a estar aquí todo el día por una U.
-Estoy casi seguro de que las puntitas miran para arriba –repliqué al poco.
-Que no, pardiez, que miran para abajo. ¿No ves que están para abajo? ¡Si es más una n minúscula!
-Pues… yo diría que miran para… ¡arriba! –reiteré con cierto temor.
Entonces, ante mi insistencia, el optometrista se acercó unos metros al optotipo y exclamó:
-¡Coño, pues voy a tener que ponerme gafas yo también!
-Hombre, es que si no, ¡le ejerce usted competencia desleal a los pacientes!