(Recuerdos de la niñez)
Olor a mies recién trillada. Una luna inmensa asoma tras la montaña; tiene cara picarona y ojos bonachones. Siempre creí que me guiñaba un ojo, como sabiendo lo que yo pensaba.
La parva está en la era acordonada: a un lado, el montón de paja; al otro, la cebada. Y mi padre mirando satisfecho, calculando cuántas fanegas había recogido esta campaña.
Por la noche, sentados a la puerta del cortijo, con la luz apagada, la luna era testigo ¡de tantas ilusiones!… Mi padre me hablaba del mañana: que siempre fuera honesta y que, si podía, siempre conservara aquel trozo de tierra que, al igual que una madre, siempre te cobijaba.
Por eso me gusta tanto pisar la tierra que pisé de niña, la que mi padre aró en las frías mañanas del invierno, en las que derramó el sudor segando el trigo.
Me gusta tanto pisar la tierra que pisé de niña que, como si de un libro se tratara, para mí cada rincón guarda un mensaje y a cada paso escucho sus palabras.
¡Eco de voces que sólo yo puedo interpretar! ¡Mil historias de niña, de ilusiones pasadas que, al hacerme mayor, me gusta recordar!