Visita a la Alcazaba [de Ángel Dámaso Soto]

Dos amigos fueron a visitar la Alcazaba de Almería. Es preciosa y está llena de historia: fue construida hace muchos años, coincidiendo con la proclamación de la ciudad como Medina. Sirvió de fortaleza militar. Todavía hay quien dice ver por las noches pasear por sus hermosos jardines al rey Al-Jairán; siempre va acompañado de bellas sirvientas para alegrar su caminar. Su historia son nuestras raíces y siempre formará parte de nuestras vidas, razón suficiente como para no olvidar.

 

Los dos amigos paseaban por ella. Llegaron a la Torre de la Vela y un mirador desde el que se podía contemplar toda la ciudad. Se podía divisar la Catedral, de estilo gótico; a sus cielos se alzaba la Torre del Homenaje, donde solían anidar las cigüeñas, esas aves zancudas de color blanco y alas negras que hibernan en África para luego regresar. Hoy es nuestra catedral, ayer fue una defensa militar que protegía de los piratas que se acercaban con sus grandes barcos a la costa de la ciudad.

 

A la izquierda, se contemplaba el Cerro de San Cristóbal; en la parte inferior derecha, entre nubarrones grisáceos, se encontraba el barrio de La Chanca y, al fondo, se distinguían dos barcos que la distancia los hacía pequeños fondeados en las aguas del puerto. Debajo se ve el casco antiguo de la ciudad, con sus humildes casas, que más bien parecían los flecos de la falda que eligió el fundador para vivir con su séquito personal.

 

no se podría ignorar, y menos dejar de mencionar sus emblemáticas calles, como la  Almedina, la plaza Bendicho, la calle Domínguez y, por supuesto, la Calle Real.

 

Sorprendido, Antonio le dijo a su amigo:

 

-¡que bonitas vistas tiene esta ciudad! Son asombrosas y aquí se llega a sentir una gran libertad.

 

El amigo, con pronta decisión, le comentó animadamente y con suma contundencia:

 

-Tarde se te está haciendo ya: cuéntame, háblame, dime hasta el último detalle que tú veas, que tú sientas, que tú contemples… ¡Por favor, dímelo!

 

Antonio, impresionado y comprensivo, le describió hasta el más mínimo detalle y volvieron a caminar.

 

Cuando salieron de la Alcazaba, entraron a tomar café en un bar situado en una encantadora plaza, quiero recordar que de nombre Pavía. El amigo empezó a susurrar una hermosa y ligera melodía. Antonio dijo:

 

-¡Me gusta cómo suena tú canción! ¿Cómo se llama? Parece como si tuviera vida.

 

El amigo, sonriente, le contestó:

 

-Te lo diré pero no te rías. Son las vistas de la Alcazaba con la brisa del viento que la abrazaba y los pájaros que le cantaban.

 

Antonio le sonrió con satisfacción. Su amigo se levantó y, con sorprendente decisión, se puso a caminar con la ayuda de su blanco bastón. Llevaba la felicidad en la cara.

 

Pensativo me quedé porque su sonrisa así lo manifestaba.

 

Realmente tenemos que ser consecuentes con nuestra situación, pero jamás podemos perder la ilusión. La vida son sentimientos, sensaciones, emociones… y eso lo tenemos todos. La visión se puede perder, pero la ilusión y las ganas de vivir… ¡jamás!