Prólogo al libro ‘Ojos rebeldes’

OJOS REBELDES
Desde la clarividencia de la penumbra

El medio centenar largo de textos que acoge este volumen se deben a diez de los asistentes al taller literario de escritura creativa que, con idéntico membrete que da título al libro, se desarrolló entre personas con graves deficiencias de visión en Almería desde enero de 2014 hasta febrero de 2020 bajo la coordinación del que suscribe. El blog «Ojos Rebeldes» fue albergando desde sus inicios muchos de estos relatos, que conocieron a través de este medio su primera difusión, habiendo sobrepasado el blog las doscientas mil visitas en este tiempo.
A lo largo de los seis años de funcionamiento del taller concurrieron al mismo entre veinticinco y treinta interesados, aunque la asistencia de algunos fue efímera o esporádica, irregular en definitiva; por lo que no todos acabaron aportando alguna creación para ser analizada y debatida en grupo, ya que tanto la creación como su presentación se debieron a decisiones individuales, estrictamente libres. De ahí que no se recoja en esta publicación ninguna obra de un significativo porcentaje de aquellos que en variadas ocasiones participaron en la actividad. Sí se da cabida, en cambio, al grueso mayor de las creaciones de los asistentes más asiduos y perseverantes, la columna vertebral del taller.
Un día a la semana, durante una hora los primeros años (a rebufo de un taller de lectura impartido por Helena Ríos), dos horas los últimos, los componentes del taller fueron realizando lecturas críticas de textos narrativos debidamente seleccionados por el coordinador (relatos, cuentos, fragmentos o capítulos de novela, etc.); aproximaciones teóricas al hecho literario, con especial atención a cuestiones relativas a técnicas narrativas (desde el argumento y los personajes hasta el narrador y el punto de vista, la estructura, el espacio, el tiempo y algunos recursos estilísticos, entre otros elementos), sobre todo con la mira puesta en la faceta creativa; desembocando todo ello en la presentación y discusión en común de creaciones propias, debidas a los talleristas.
La predisposición constructiva y el buen entendimiento fueron claves para originar un ambiente favorable al desarrollo satisfactorio del taller, propiciando un aliciente para acudir los días señalados a las sesiones, las cuales acabaron convirtiéndose en encuentros entre amigos, más allá de la situación personal o de la vocación literaria.
Dado que los problemas de visión constituyeron de inicio el vínculo que determinó la asistencia al taller, de inmediato se estableció entre los concurrentes un ambiente solidario, de comprensión plena y de afinidad, que prevaleció por encima de las grandes diferencias de edad entre unos y otros asistentes: desde jóvenes con dieciocho años hasta personas con ochenta y ocho.
Huelga decir que cada autor ofrece en sus creaciones rasgos individuales, tanto desde el punto de vista temático de los asuntos como en el plano formal del estilo, originada esta variedad en la divergentes formaciones y experiencias vitales de cada cual.
Como fuente de inspiración y materia narrativa es habitual que recurran a las vivencias personales, con fuerte matiz autobiográfico, ora aborden episodios del mundo de la infancia y la juventud, predominando en estos casos el tono nostálgico, ora se valgan de acontecimientos recientes, a veces con las dificultades derivadas de la discapacidad en sí como eje y trasfondo del relato, si bien con distintos fines e intenciones.
Por ende, predomina la perspectiva realista en los relatos, quizá con una sola excepción, enfoque acorde con el propósito de mostrar al mundo exterior la realidad del discapacitado, lo mismo en su vida cotidiana como en la especificidad de la discapacidad sin paños calientes, denunciando mitos y falsas creencias profundamente arraigados en la sociedad; aunque siempre con espíritu voluntarioso y optimista. Por ello, a este propósito objetivador le corresponde una expresión formal sencilla, sobria, austera con frecuencia, sin alambicados recursos estilísticos. Lo cual no implica que se trate de un discurso poco elaborado, así como el rechazo al empleo de recursos tan populares como el humor, la ironía e, incluso, la sátira y el sarcasmo.
Manuel Alonso Pino se retrotrae a las vivencias corrientes de unos días veraniegos, enmarcados en las vacaciones escolares durante la adolescencia, que acabarían siendo excepcionales, unos días significativos a la postre, convertidos con el tiempo en memorables y añorados; mostrando una excelente vitalidad y un humor tan sano y envidiable como solapado en una narración desenfadada y sencilla solo en apariencia, dado que fluye con total naturalidad.
Ginés Bonillo, el más prolífico, pone insistentemente el foco de interés en el mundo de la discapacidad visual, bien para reflejar vivencias cotidianas que escapan de ordinario al resto de la población, bien para denunciar la frecuencia de cándidos encorsetamientos, a pesar de ser bienintencionados, así como desvelar multitud de falsas creencias muy extendidas en la sociedad; armonizando la intención didáctica y divulgativa con el uso del humor y la ironía como herramientas terapéuticas y pedagógicas.
Ángel Dámaso Soto, también muy fecundo, parte de argumentos de carácter nostálgico de la infancia para ocuparse habitualmente, entre otros muchos asuntos, del mundo cotidiano de la discapacidad para ofrecer, con tonos vitalistas, una visión optimista de la vida, así como subrayar el recurso a la inteligencia para saber adaptarse a la nueva situación de ceguera sobrevenida (la tan actual resiliencia); y ponderando a cada paso una escala de valores que abarca desde el esfuerzo, la bondad y la honestidad, hasta la generosidad, la dignidad y la solidaridad, adoptando actitudes críticas y, en ocasiones, fustigadoras tanto en lo individual como en lo social.
Inma Ferre Gómez explora también en el recuerdo sublimado del pasado -la infancia y la juventud en especial-, descubriendo aquí una rica materia creativa, por lo que transmite una carga vivencial positiva y esperanzada, resaltando aquellos modelos por sus virtudes didácticas para el presente. Junto a estas intensas tonalidades nostálgicas rezuma por doquier un sentido espiritualista y cordial de la existencia, para derivar hacia delicados matices intimistas, reforzados con profusos rasgos poéticos. Y no rehúye tampoco propuestas humorísticas, así como exponer su preocupación y censura ante algunos derroteros que transita la sociedad actual.
María del Carmen Herrero Herrero desentraña con la pulcritud del taxidermista que va diseccionando, emoción a emoción, la intensa y crucial experiencia vivida en el encuentro tan anhelado como temido con uno de los símbolos del mundo de la ceguera: el perro guía y, a continuación, la trascendental adaptación tanto personal como familiar al nuevo compañero; concibiendo la vivencia como unos ilusionantes primeros pasos con «unos nuevos ojos, una nueva mirada, un nuevo punto de vista, una nueva visión» a la que adaptarse todos.
Araceli Llamas Fábrega sondea en un episodio enternecedor de la infancia, al que considera su primer recuerdo, en el cual se plasma ya su personalidad afable y cordial, caracterizada por una profunda humanidad y sencillez (que extiende al resto de los personajes); entrelazando refinadamente la perspectiva literaria del narrador adulto (la creativa en el presente) con la ingenua visión infantil (la vivencial del pasado).
Francisco Olivencia Orozco también rastrea en la más tierna infancia el origen de las secuelas físicas y psicológicas de un incidente. En otro lugar plasma con espíritu luchador, enérgico y, a la vez, constructivo la urgencia social de batallar en todos los niveles por la inclusión del discapacitado, evitando su marginación; en tanto denuncia como contrapartida la decepcionante actitud de apatía y dejadez de parte de los poderes llamados por principios propios a ocuparse de tales cuestiones.
Ana Redondo Valdivia, mujer dotada del ingenio y gracejo característicos de la sublime oralidad popular de que hacen gala el juglar y el cuentacuentos, rasgos reflejados en la desenvoltura y amenidad de su estilo, fija su mirada en los modos de vida de una España muy lejana, trayendo a colación sucesos que rozan lo legendario y fabuloso en el universo geográfico ancestral de su niñez; unos modos descritos a la par con sencillez y crueldad, con humor y nostalgia, y a la vez con sentido crítico y objetivo, sin edulcoraciones ni acritud, mas enriquecidos con valiosas aportaciones intrahistóricas y deliciosas valoraciones subjetivas.
Juan Romero Moyano recala narrativamente también en sus años juveniles en Alhucemas (Marruecos) para transmitirnos un valioso testimonio intrahistórico con sesgos objetivos -sin muestras de añoranza ni estéril nostalgia- acerca de una época cada día más lejana, de unos modos de vida que traslada a un fresco amplio, una crónica fiel, no exenta de licuado fino humor, aportando datos tan interesantes que han merecido ser aprovechados en investigaciones universitarias de peso. También analiza el primer contacto con el deterioro de su visión; y detalla sus inquietudes ante sucesos tan recientes como la pandemia de coronavirus declarada en 2019.
Andrés Sánchez Bonillo aprovecha como materia narrativa una vivencia cotidiana común, conocida por todos, para denunciar con singular sentido del humor la invasión –y aceptación sumisa- de tecnicismos, la mayoría extranjerismos, que caracteriza a la época actual; y recurre -ya desde el mismo título- a la creación jocosa de términos con afán crítico y sarcástico respecto al seguimiento inconsciente de lo que considera una moda superflua con sesgos de modernidad y progreso.
Este somero repaso a los asuntos más destacados de sus producciones revela que la discapacidad, por encima de constituir un aspecto más de su vida, no es determinante para su literatura; quizá con la excepción engañosa del que suscribe, quien ha escogido deliberadamente sus relatos sobre esta temática, reservando los que giran sobre asuntos diferentes para otras publicaciones. Téngase en cuenta, por otra parte, que cuando abordan estas cuestiones, siempre lo hacen con naturalidad y con sentido crítico, de denuncia, o como factor social concienciador.
Elocuente resulta al respecto el texto que sirve de presentación-bienvenida al ya citado blog «Ojos Rebeldes» (ojos_rebeldes.es):

OJOS REBELDES
(Experiencias artificiosas desde la clarividencia de la penumbra)

Ciegos o casi ciegos; sin eufemismos, sin complejos. Nuestros ojos rebeldes, cual albatros inmaduros, se han lanzado por su cuenta, o por cuenta ajena, al vacío del abismo y nos han privado de la tierra firme para la que fuimos, en principio, concebidos.
Pero nosotros, realojados en el nuevo territorio que ocupamos, nos rebelamos contra el tedio que tiende a arrastrarnos irremisiblemente hacia la vacuidad de la inercia o a relegarnos a una postración huera.
Un grupo de afiliados a la ONCE en Almería, reunidos una vez por semana en un Taller de Escritura, deseamos dar a conocer en este espacio los resultados literarios de nuestras indagaciones en torno a las vivencias cotidianas inherentes a la situación y circunstancias establecidas en el nuevo territorio en que nos desenvolvemos; y queremos dejar constancia de nuestra rebeldía ante las visiones trágicas o conformistas, así como frente a las actitudes, propias y ajenas, que habitualmente conllevan. Esta es nuestra propuesta desde el nuevo código.

Así se presentaban, así se ven, así proceden. Las visiones dramáticas o sumisas se quedan en casa, lamiéndose las heridas sin consuelo. Ni asisten a ningún taller, ni escriben, porque no terminan de asimilar el nuevo territorio, ni tampoco se atreven a emprender nuevos primeros pasos que les permitan afincarse en una nueva dimensión. Ellos no.
Cabe destacar que con anterioridad solo dos de ellos, Bonillo y Ferre, habían publicado de forma significativa; por lo que, en la práctica, los demás se estrenan en papel aquí.
En prototipos de la crónica intrahistórica se erigen Romero y Redondo, quien también lo es de la espontaneidad; como Alonso y Llamas, de la sencillez y la cordialidad; y Herrero, de la ilusión y la determinación. Encarnan la visión optimista y esperanzada Dámaso, Herrero, Olivencia y Romero; y representan el intimismo Dámaso y Ferre, quien destaca en ocasiones por su lirismo. El humor sutil y solapado lo aportan Alonso, Bonillo y Romero; en tanto Redondo y Sánchez se sirven de un humor irónico y socarrón. El sentido crítico, como denuncia social, aflora con frecuencia en muchos, desde Bonillo y Dámaso a Olivencia y Sánchez, entre otros. Llama la atención, por último, que sean los dos autores de mayor edad, Romero y Ferre, quienes se hayan ocupado de las inquietudes sociales surgidas a raíz de un asunto tan preocupante como la actual pandemia de coronavirus, y ambos con tintes críticos.
Cada tallerista presentó en su día para el análisis y discusión ante los demás los textos propios que estimó oportuno. En ningún caso se puso límites a la decisión individual de cada uno, lo mismo en lo referente al número de creaciones presentadas como a los asuntos tratados y a las formas estilísticas y narrativas empleadas en ellas. En el debate, solo se le dieron pautas literarias, se le comunicaron observaciones, y se le aportaron sugerencias, que aceptó o no según su buen entender.
No obstante, algo los unifica y es que -sin llegar al extremo de Jorge Luis Borges en su Poema de los dones: «Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría / de Dios, que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche.»- en todos ellos, sin una sola excepción, predomina un enfoque vitalista ante los serios inconvenientes que acarrea la discapacidad visual, transmitiendo una concepción de la vida optimista, voluntariosa y agraciada. Hasta el punto de que la mayor parte de los relatos no versan en absoluto sobre ningún tipo de discapacidad, prueba de que esta solo constituye un componente más de sus vidas.
El taller de escritura se convirtió, de esta forma, en un medio para propiciar de forma eficaz una corriente colectiva e individual de valoración, confianza y autoestima, fomentando la creatividad y, lo que es más importante, el aliento individual cimentado en la empatía mutua.
¬Así pues, a través de este volumen brindan un testimonio amplio de los principales frutos de su actividad creativa que, regida por la imaginación y el empeño, se erige en un señero ejemplo de superación e ímpetu vital, de cómo elevar la discapacidad a la categoría de fuerza motriz en pro de la creación artística. El arte nunca tan utilitario, al servicio de la vida y, en definitiva, no solo como distinto modo de vida, sino como forma de sublimar dudas y tedios, dolores y rabias, obstáculos y fracasos. El taller cumplió el cometido para el que fue proyectado. He aquí la evidencia material, irrefutable.
Ahora, con la publicación en 2021 de esta selección de relatos por parte de la editorial Arráez -«Obras son amores», sostiene la sabiduría popular- se corona el proceso, pues ven los diez autores cumplidas sus ilusiones, así como fomentadas su creatividad y autoestima, objetivos que se trazaron cuando decidieron poner en marcha el taller en 2014.

Almería, agosto de 2020 / julio de 2021

Ginés Bonillo
Coordinador del Taller

DILEMA (de Inma Ferre)

Dilema

Deberíamos levantar un monumento, pero ¿a quién? Ahí está el dilema: ¿A la gallina o al huevo?
Sin duda a la gallina que, además de parir todos los días, tiene la triste fama de ser más… que las gallinas. ¡Pobres, cuando tienen que conformarse todas con un solo gallo que, además de picarles la cresta y pisotearlas, se sacude y canta arrogante, como diciendo: “¡Con un par de huevos!”.
¿Y de nosotras, qué sería de nosotras sin nuestra simpar tortilla de patatas o liada, que no francesa, o nuestros huevos rellenos o escalfados? En fin, ¡huevos y más huevos, que de tanto apuro nos sacan cada día!
Así que, por huevos, ¡un monumento a la gallina!

UNA ESPINA (de Ángel Dámaso)

UNA ESPINA

Hubo razón para gritar, llorar y qué sé más. Ese fuerte dolor lo asumí con miedo. Me engañé a mí mismo porque callaba y otorgaba. Difícil de olvidar: tampoco podría. En tan solo un instante me cambiaron mis señas de identidad.

Todos se interesaban, pero yo me quejaba de lo que menos me importaba. Esa sensación que yo tenía parecía real. No quise hablar, solo cerraba los ojos, soñando que cuando los abriera pudiera ver como los demás.

La ignorancia del espejo (de Ángel Dámaso Soto)

LA IGNORANCIA DEL ESPEJO

Ojos verdes, simpatía arrolladora. ¿Qué más quieres?
Lo más importante lo tienes. Comentan que, cuando conversan contigo, se relajan. Admirados, te observan. Sobran los lamentos.
Esa gran amiga, tu madre, siempre te acompaña; aunque pronto irás con tu mascota. Llegará ese día que tanto añoras.
Pero a las once de la mañana no te quieres quedar sola. Y me atormenta pensar que sea por la falta de complicidad que nuestra sociedad tiene como sello de identidad.

CALEIDOSCOPIO (de Inma Ferre

CALEIDOSCOPIO

Huellas

Paso a paso vas haciendo camino.
¿Dónde te llevará?
Nunca se sabe si el viento borrará tus huellas o quedarán marcadas para siempre; si encontrarás a alguien que te acompañe; si cruzarás ríos, montañas o arenales.
Según por donde pases irás o no marcando la vereda que servirá de guía para saber lo válida que ha sido tu larga travesía

Soledad

Soledad, mi compañera confidente y fiel amiga, la que nunca me abandona, la que siempre desde niña sabe todos mis secretos, en la que yo me refugio cuando pierdo la esperanza, cuando me miro al espejo y veo la realidad de cómo ha pasado el tiempo, cuando en el hogar vacío no se oye más que el silencio.
Soledad, mi compañera confidente y fiel amiga, la que de día me sigue y de noche me hace sombra, la sombra de los recuerdos de cuando no estaba sola.

Abandono

No fue buen labrador, dejó la tierra abandonada, no hizo barbecho, no abonó ni le dio agua. Y cuando el fruto maduró, lo segó. Se marchó dejando la tierra con grietas en el alma.
Si pudiera ser tierra que nadie cultivara, en la que solo nacieran las flores caprichosas que la naturaleza deseara, no dejaría que nadie me labrara, que nadie me sembrara para que después de recoger el fruto… se marchara.

Olvido

Siempre hay un jarrón para unas flores deseadas, una cuartilla para escribir ilusiones pasadas y momentos que no quisieras que pasaran.
Siempre hay un cuerpo para unas manos con ternura, oídos para escuchar palabras de dulzura y un corazón con ansias de cariño para acurrucar en regazo la inocencia de un niño.
Siempre hay un lecho para soñar despierta y mil razones para justificar un cruel olvido y un querer y no querer recordar lo ya vivido.

Colapso

Desperté bruscamente una mañana cuando el mundo a mis pies se vino abajo y tuve sensaciones encontradas de soledad, de paz, de angustia, de templanza… Y comencé a vagar sin buscar nada.
Encontré amistad, comprensión, risa, esperanza… y me di cuenta de que había envejecido sin crecer.
Y cuando creí que todo estaba hecho, todo me quedaba por hacer.

Balance

Ha llegado ya la hora de sentarme y descansar, hacer balance del tiempo, agrandar las buenas cosas y terminar de borrar aquellas que con el tiempo se lograron suavizar.
Ha llegado ya la hora de sentarme junto al mar, ver las olas suavemente en la orilla descansar, mirar el cielo de otoño con reflejos de metal, cómo el sol se va escondiendo entre jirones de nostalgia y libertad.
Ahora tengo todo el tiempo para poder repasar mi vida tranquilamente y volver a recordar aquellas pequeñas cosas que no sabes valorar cuando tienes pocos años y, por ley natural, te exiges tanto a ti misma y también a los demás que vives sin darte cuenta en continua tempestad.

ORGULLO (de Ángel Dámaso Soto)

ORGULLO

Le preguntó a su hijo si le quería acompañar. Tenía que ir a la farmacia y a comprar dos barras de pan. No había terminado de hablar él cuando su hijo ya se había despedido de sus amigos y le tendió su brazo para empezar a caminar.
Las vecinas les saludaban por las calles: unas iban a comprar y otras a cuchichear, para así entre ellas llevar la vida de todos y la de nadie en particular. Es gracioso: de las críticas ni los gatos se escapaban. Así era el barrio de su ciudad.
Era domingo y la farmacia estaba cerrada. Los dos se dispusieron a coger el autocar para ir al centro. Subieron al autobús. Iba lleno de hombres, mujeres y niños; todos muy contentos porque se dirigían al parque de atracciones.
No quedaban asientos libres. Apiñados y casi sin poder respirar, empezó el autobús a transitar. Se agarró con fuerza a una barra. Tan apretados iban que era imposible moverse y menos caerse.
Un caballero alargó su brazo y con la mano tiraba de él, ofreciéndole gentilmente su asiento. El hijo se lo agradeció y le dio las gracias, diciéndole que solo faltaban tres paradas para llegar y que su padre podía viajar de pie aunque tuviera su dificultad.
Bajaron del autobús y empezaron a caminar. Su padre le dijo que le explicara por qué motivo renunció al ofrecimiento que le hizo en el autobús aquél amable señor.
El hijo, pensativo, le respondió que en esta vida hay que ser solidario y consecuente con los demás.
-Tú estás fuerte -añadió- y, agarrado a la barra, puedes viajar, porque solo eres ciego y nada más. El señor que educadamente su asiento te ofreció, era discapacitado físico y llevaba un andador.
El padre, orgulloso, le dio las gracias a su hijo y, en voz baja, le dijo: «Te quiero, mi amor».

LA COSA (de Ginés Bonillo)

LA COSA

A Bisagrilla, nuestra gata arborícola.

Salgo al jardín con la esperanza de disfrutar del frescor de la madrugada. Un respiro antes del sofocón de calima que nos deparará el nuevo día de finales de julio. El verano está causando estragos en las plantas, en los animales, en nosotros… La madrugada se desplaza serena hacia el alba, preludio del amanecer.
En el instante de pisar el escalón de bajada al jardín, me acude a la mente el injerto que puse a mediados de junio en el naranjo castellano, una variedad blanca muy común en la España de otros tiempos, pero superada en algunas propiedades (en especial, la ausencia de pepitas) por variedades navel, como la popular guasintona, acortada en guasi.
Me aproximo con enorme cautela al árbol, que no dista mucho de uno de los caminos que circundan el jardín. Salvo a tientas la hondonada del alcorque para el riego.
Busco con esmero la rama cuyo injerto no brotó el año pasado, por lo que he tenido que reinjertarla con otra plancha de guasintón.
Poso las manos rodeando la base de la rama, donde se bifurca el tronco. Con suma delicadeza y lentitud la recorro con las yemas de los dedos hacia arriba buscando la plancha, que no debe de andar muy lejos, cuidándome mucho de no tocar con brusquedad los posibles retoños de las yemas que hayan brotado.
Avanzo con una mano rama arriba. Localizo uno de los brotes con unos dos centímetros ya. Me embriaga la sensación de felicidad por el anhelo cumplido.
-Pronto –pienso- tendré que atarlo a un tutor, quizá la propia rama, para que ni el viento ni cualquier animal lo tire, arruinando el trabajo de injertarlo y un año más de anhelo.
Retiro con suavidad la mano del injerto y noto el tacto de algo que no es madera, algo que no es rama, que no tiene hojas, que no es árbol, que no es vegetal… un cuerpo extraño a un centímetro de mi mano.
Me detengo en seco, pienso, recapacito, me abstraigo… La oscuridad de mi noche –como boca de lobo- no me permite ver lo más mínimo, pero mi situación no repara en ello y me ha enseñado a ser tranquilo y paciente, a saber esperar sin alterarme, entre otros motivos, por si las cosas no son luego lo que parecían al principio.
Acerco de nuevo la mano un poco. Esta cosa tampoco tiene pelo, como las gatas, a las que les gusta acompañarme por mis excursiones por el jardín y encaramarse a los árboles para contemplar in situ y en primera fila mis maniobras. VIP que son ellas.
El objeto extraño sigue allí, inmóvil, como al acecho, esperando el momento.
Me concentro en mi otra mano. También ella intuye, nota la presencia de ese cuerpo ajeno a un centímetro, algo que no es madera, algo que no es rama, que no tiene hojas, que no es árbol ni vegetal… una cosa desconocida, sin identificar…
Me detengo en seco de nuevo, pienso, reflexiono, mastico la saliva, trago… y, aunque he aprendido a ser tranquilo y paciente, empiezo a alterarme un poco, me late el corazón, quiere salirse, pero yo disimulo, no vaya mi aceleración a precipitar la acción de la cosa. A saber qué hay ahí, a unos centímetros de mi cara, quieta, esperando… quizá con la boca abierta, calibrando cómo tragarme… calculando el momento adecuado para atacar, para lanzarse sobre mí.
Acerco un poco la otra mano y me atrevo a tocar con detenimiento (total: «De perdidos, al río»): noto que la cosa no tiene pelo como las gatas, ni boca que pueda morder, ni garras, que sí tiene arrugas y nudillos, también extremidades alargadas, algo como dedos, con uñas casi planas… Cuento… uno, dos, tres, cuatro… y uno separado…
-¡Coño! –me digo cuando caigo en la cuenta-. ¡Si cada una es mi otra mano!

CARTA A ISKRA (de Inma Ferre)

Carta a Iscra

Vas creciendo, mi niña, y yo sigo tus pasos desde aquellos primeros en que cogías mis manos para llegar al sitio de tus deseos.
Hoy, a tus quince años, me ilusiona mirarte, verte con paso firme, que ya eres personita, que tienes tus criterios, que vives ilusiones y sueñas con anhelo ir cambiando a tu forma aquello que te digan.
Mas no olvides que a las cometas hay que dejarlas volar, pero sin soltar el hilo para poderlas guiar.

EL ESPEJO ( de Ángel Dámaso Soto)

El espejo

Hoy estoy reflexionando sobre algo que siento profundamente. Es difícil hablar de uno mismo porque, por desgracia, siempre lo suelen hacer los demás. A veces lo hacen con acierto, pero la mayoría se equivocan.
Es difícil captar la verdad ajena. La explicación es muy sencilla: si uno mismo no se conoce del todo, cómo te van a conocer los demás. Resulta grotesco y absurdo.
Desde hace algún tiempo mi vida va por otros derroteros. Ocurre que un día, por alguna razón, todo lo ves de otro color. El mundo se encierra, se hace diminuto dentro de su inmensidad, te guardas tus miedos, te conviertes en un verdadero actor, disimulas, sonríes al mundo, o mejor dicho, a los tuyos para no preocuparlos, aparentas estar alegre y te ríes… Contar chistes, no; nunca se me ha dado bien, pero de buena gana aprendería.
En definitiva, todo se vuelve áspero y frío, pero como buen actor lo disimulas y hasta triunfas, te dan la enhorabuena e incluso te felicitan por tu actitud. Algunos comentan que eres un «fuera de serie».
Francamente les puedo decir que se equivocan: lo llevo bastante mal, es difícil adaptarse, estoy enamorado de mi familia y de la vida. Eso es lo único que me hace feliz. Puedo, por fortuna, gritar que soy el hombre más dichoso de la tierra. Creo que no me equivocaría en decirlo porque lo soy.
Solo hay una cosa que me altera y me hunde en la miseria: son los cuchicheos, que hablen en silencio de mí, que sientan pena… Eso me pone mal de los nervios.
Que nadie se equivoque. La verdad es que lo he pasado tremendamente mal, pero ya es pasado. Hoy es diferente: me he adaptado a mi nueva situación.
Y a aquellos que sienten pena de mí, les rogaría que se miraran al espejo. Ellos tienen la suerte de verse, y como si de un espejo mágico se tratase, le pregunten por lo que no desearían tener o por lo que les gustaría poseer. Seguramente algunos necesitarán muchas horas en tal experiencia.
Pena se puede sentir de mucha gente que por desgracia vive precariamente: esas madres que no tienen para dar de comer a sus hijos, esas familias desahuciadas de sus casas sin saber donde van a dormir, eso sí que da pena.
Lo mío no tiene importancia. Me solidarizo con todas las familias que actualmente lo están pasando mal. Dentro de mis posibilidades colaboro con las organizaciones e instituciones existentes para tal fin.
Pena de mí no, por favor, yo lo tengo todo, sobre todo muchísimo amor. No puedo pedir más.

¿DESDE CUÁNDO LO TIENE? (de Ginés Bonillo)

¿DESDE CUÁNDO LO TIENE?

Otra vez en urgencias, por enésima vez. De nuevo ante la consulta número 3. Domingo a las diez de la mañana, era de esperar, lo uno y lo otro, todo… Todo era de esperar.
-Siempre nos pasa en fin de semana –dice mi mujer con tono neutro, simplemente referencial-. Cuando no hay especialistas de guardia.
-Si es un médico generalista, le pedimos disculpas y nos vamos –respondo con tono decidido.
Por megafonía me nombraron y nos dirigimos a la consulta número 3. Como imaginábamos, a la legua se adivinaba que iba a atenderme una médica generalista y, por añadidura joven, residente de segundo o tercer año; por lo que, dada la especialización que había alcanzado yo en mi córnea (tras mi vía crucis y doctorado de diez años de oftalmólogo en oftalmólogo y de tratamiento en tratamiento), tenía el convencimiento de que sabía yo más que ella acerca del origen y la medicación adecuada para el dolor ocular que me atormentaba desde hacía unas horas.
Con un «Buenos días, díganme» nos recibió.
-Desde esta madrugada, hacia las cuatro, tengo un dolor intenso en el ojo izquierdo. Para ahorrarnos tiempo y dada la intensidad del dolor que me aqueja –decidí ir al grano-, ¿puede usted acceder a mi historial?
-Sí, supongo que sí –respondió la muchacha.
-Verá, me ocurre lo mismo que el día 27 de septiembre pasado. Si consulta el informe del oftalmólogo, sabrá los síntomas y la medicación, que resultó acertada, pues me curó. Así de sencillo, sin entrar en más consideraciones. Y más, teniendo en cuenta que mañana puedo volver, cuando ya podrá atenderme un especialista.
-Claro, pero es que tengo que anotar esta nueva incidencia en su historial. Cuénteme usted.
-¡¡Todo!!
-Si es muy extenso, hágame un resumen.
-Mi historial es muy largo. ¿Quiere el lejano, que se remonta a 1969; o el medio, desde 1986; o el cercano, desde 2003; o el inmediato, desde 2012?
-Resuma lo más importante. Pero espere que entre en el ordenador para acceder a su historial.
Por la lentitud del tecleo (un mundo entre letra y letra) supuse que escribía a dos dedos, buscando entre la jungla del teclado los caracteres. Como ya llevaba unas seis horas soportando el dolor, decidí tomármelo con tranquilidad y plegarme a sus instrucciones.
-Veintitrés veces, caballero… Veintitrés veces ha acudido usted a este servicio de urgencias en los últimos años.
-¡Ya se lo dije! ¿Empiezo? –Ante su gesto afirmativo, proseguí-: En 1969 yo estudiaba 1º de E.G.B. en la clase de doña Julia, que cojeaba un poco de una pierna (hecho que a los alumnos nos llamaba la atención), y fue ella quien se dio cuenta de que yo no veía bien la pizarra. Así que llamó a mi madre para que me llevara al oculista (entonces los llamábamos así, no oftalmólogos, como ahora) y salí con unas gafas de pasta con cristales gruesos (entonces no había cristales reducidos, ni anti reflejos, etc.). En 1970…
Yo imaginaba a mi mujer con ademán impasible, pero pensando: «Esta le ha tocado la moral y él ha adoptado el modo guasón».
-Puede saltarse unos años –me alentó la médica.
-En 1987 me «soldaron» en Barraquer unos puntos que tenía débiles (así me dijeron) en la retina. Todo fue bien. En 1988…
-Sáltese algunos años.
-¡Ya le dije que mi historial es muy largo! Y ¿a qué año quiere que me vaya?
-A años más cercanos.
En plan telegráfico le hablé de lentes intraoculares, de queratoplastias y principios de rechazo, de cataratas medicamentosas y glaucomas refractarios, de válvulas de drenaje y hasta anhelos de enucleaciones…..
-Pero todo eso no tiene importancia ahora –concluí, soportando a duras penas el sufrimiento-. Lo que me lacera es un dolor intenso en el ojo izquierdo desde esta madrugada, probablemente debido a una reacción inmunitaria, agravada por las altas temperaturas veraniegas, provocándome la aparición de alguna úlcera corneal… Un cuadro al que se hace frente mediante una medicación intensa sobre la base de un corticoide, dexametasona por ejemplo (para reducir la inflamación y la reacción inmunitaria), algún antibiótico (para evitar posibles infecciones) y atropina (si cursa con dolor de intensidad, como es), además de algún diurético (para rebajar la tensión ocular, por si estuviere alta), y potasio (para compensar la pérdida de este mineral a causa del diurético) y comer plátanos… Ya me ocurrió en septiembre, y en marzo pasado, y hace dos años… Me sé la medicación y hasta la posología de memoria.
-Dice que tiene un dolor en el ojo izquierdo, ¿no?
-Sí – respondí con resignación, pensando que todavía iba copiando por lo del «dolor intenso».
-¿Y el ojo derecho?
-No, el ojo derecho va por otro camino. Ese no me duele. Por el que he acudido a urgencias es por el izquierdo.
-Sí, ya; pero empecemos por el ojo derecho. ¿Tiene visión en el derecho?
-¿Cómo voy a decirle que no vengo por el ojo derecho, sino por el izquierdo, que es el que me duele? Centrémonos en el izquierdo, por favor.
-Entonces, en el ojo derecho no tiene visión, ¿no? –Estaba claro que ella seguía su guion y no atendía a razones pragmáticas.
-Eso. Ponga que no y ya está –afirmé deseando abreviar el interrogatorio que, después de diez minutos perdidos sin entrar en el verdadero motivo de mi visita de urgencia, empezaba a parecerme kafkiano.
Pero ella seguía erre que erre. ¡Otros cinco minutos desperdiciados en el dichoso ojo derecho y su estado!
-Entonces, es solo el ojo izquierdo, ¿no? –preguntó al fin.
Después de haber afirmado en varias ocasiones que era solo ese ojo el que me dolía, no creí necesario responder a su pregunta, que consideré retórica.
-Y, ¿desde cuándo lo tiene? –preguntó con firmeza.
No podía creérmelo. ¡Si se lo había referido mil veces ya! Y para colmo, la doctora, enfrascada en la tarea de elaborar el informe más que en mi dolencia, acababa de caer en lo que durante años yo les advertía a los alumnos sobre «la traición de las pronominalizaciones». Se me presentaba uno de esos momentos mágicos-luminosos que muy de tarde en tarde te brinda la vida y lo solté, con gravedad, de corazón, haciéndome el sorprendido:
-¡¿El ojo?!
La joven doctora se sorprendió más que yo, porque se le escapó una leve sonrisa, que percibí claramente, mientras me aclaraba:
-No, ¡el ojo no!; el dolor.
-¡¡Ah!! Disculpe, es que en mi estado no coordino bien.
Ya en el coche, de vuelta a casa, mi mujer, que me conoce casi tan bien como yo, me comentó:
-¡Qué cosas tienes!
-¿Yo? –repliqué, haciéndome de nuevas.
-Sí, ¡tú! –repuso ella.
-¿Qué he hecho? –objeté con tono inocente.
-Lo sabes muy bien. Al instante intuí que se la ibas a hacer. Pero esa mujer se pasará el resto de la vida, cada vez que se acuerde, planteándose si de verdad le has respondido despistado o si estabas de cachondeo.
-Salvo que le guste la lectura –vaticiné.